martes, 29 de julio de 2008

Mítica edad

La vida es un viaje en paracaídas y no lo que tú quieres creer.
Vamos cayendo, cayendo de nuestro cenit a nuestro nadir y dejamos el aire manchado de sangre para que se envenenen los que vengan mañana a respirarlo.
Adentro de ti mismo, fuera de ti mismo, caerás del cenit al nadir porque ése es tu destino, tu miserable destino. Y mientras de más alto caigas, más alto será el rebote, más larga tu duración en la memoria de la piedra.
Hemos saltado del vientre de nuestra madre o del borde de una estrella y vamos cayendo.

Hoy cumplo la edad de Altazor. Y la vida me ha regalado el descubrimiento de unas canas que aún no conocía, esta mañana mientras me peinaba frente al espejo.

Pero esto no es un quejido. Mejor les dejo unas nubes creadas a partir del Prefacio y del Canto VII de Altazor de Vicente Huidobro. Con este juguete, que otro bloguero me hizo descubrir hace poco, se pueden crear nubes de palabras a partir de cualquier texto. Las nubes hacen resaltar las palabras que aparecen con más frecuencia en el texto. Si le pican a las imágenes, las pueden ver más grandes.


Prefacio



Canto VII

lunes, 28 de julio de 2008

Hipopotomonstrosesquipedaliofobia

Buscando otras cosas que no tenían nada que ver con eso, me acabo de topar con la fobia más curiosa de todas y que viene a cuento por las últimas entradas que había publicado en este blog.

La hipopotomonstrosesquipedaliofobia es, irónicamente, el miedo a las palabras largas y complicadas. El término es una extensión de sesquipedal (longitud) con "monstruo" y una forma truncada de "hipopótamo", con la intención de exagerar la longitud de la palabra misma. El vocablo tiene 32 letras.

En realidad el término (que ya no repetiré porque, aunque haga copy-paste, me está dando fobia sólo de leerlo) es más un gag lingüístico que otra cosa. La palabra no se usa fuera de Internet, pero eso sí: ya aparece en el Wikcionario. Por cierto, la comunidad Wikimedia llama a este tipo de palabras protologismos: términos de reciente acuñación que todavía no están aceptados ni se usan ampliamente. Nótese que el mismo término "protologismo" es autológico (es decir, se describe a sí mismo) ya que no se usa fuera de la comunidad Wikimedia.

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Post scriptum: La palabra es tan laaaarga que ni siquiera se alcanza a ver completa en el la lista de entradas recientes.

viernes, 25 de julio de 2008

Salvados por la campana

El otro día me llegó a mi correo electrónico un texto intitulado “Curiosidades de los siglos XV-XVI”. El texto, que originalmente estaba escrito en inglés y fue traducido al español por algún hispanohablante que se tomó la molestia de hacerlo, contiene datos “curiosos” sobre la vida y costumbres de los europeos durante esos siglos. Por lo que pude ver en Internet, el correo ha estado circulando por la Red por lo menos tres años, y además ya fue reproducido en un sinfín de páginas web que lo han tomado como si fuera una historia verídica. Entre otras cosas, la lista de datos proporciona el origen de algunas expresiones idiomáticas que suelen usar los anglófonos. El correo tiene toda la pinta de ser un hoax, pero quizá sea el producto de alguien con mucha imaginación, pues aunque haya algunos datos verídicos, la mayoría son leyendas urbanas que difunden creencias falsas sobre la etimología de ciertas expresiones. En esta entrada hablaré únicamente sobre una de las expresiones que menciona el texto, por ser una expresión que también usamos en la lengua española –y porque además la historia que hay detrás es interesante.

"Salvados por la campana" (saved by the bell) es una expresión que se usa para decir que alguien se salvó en el último momento. Esta expresión es claramente un préstamo del inglés, ya que en español tenemos una expresión más común que es “salvarse por un pelo”. Pero "salvado por la campana" (“te salvó la campana” o “ me salvó la campana”) es una frase que también usamos mucho.

Según el correo que recibí, en el siglo xvi, enterrar viva a la gente por error era algo que sucedía frecuentemente, como lo evidenciaban las marcas de arañazos que dejaban los enterrados en el interior de los ataúdes que por alguna razón eran exhumados más tarde. El terror colectivo de ser enterrados vivos llevó a la gente a idear un nuevo método para enterrar a los muertos: atar a la muñeca del difunto una cuerda que pasaba por un agujero del ataúd y llegaba a la superficie, donde sujetaba una campana. Si “el muerto” se despertaba, el más ligero de los movimientos que hiciera con el brazo haría sonar la campana, avisándole que estaba vivo a la persona que se quedaba a vigilar junto al ataúd durante unos días. De ahí, el origen de la expresión “salvado por la campana”.

La historia suena fascinante y no es del todo inverosímil, ya que el miedo de ser enterrado vivo es muy real. Algunos personajes célebres expresaron su temor de que los enterraran vivos cuando estaban cerca de la muerte:

“Lo único que deseo para mi propio entierro es que no me entierren vivo”. Lord Chesterfield, 1769.

“Que me entierren como Dios manda, pero no permitan que se me ponga en una cripta antes de que hayan pasado dos días de mi muerte”. Petición de George Washington en su lecho de muerte.

“Júrame que harás que me abran, para que no me entierren vivo”. Últimas palabras de Chopin

Durante la época victoriana, por alguna razón, en Europa y en los Estados Unidos aumentó el miedo colectivo de ser enterrado vivo. Edgar Allan Poe explotó (y exacerbó) dicho temor con algunos de sus cuentos: El gato negro (1843), El entierro prematuro (1844) y El barril de amantillado (1846). El temor no es exclusivo de esa época, pero fue entonces cuando la gente se puso a inventar artefactos para resolver el problema (y no en el siglo xvi como señala el mencionado correo electrónico). Los registros de patentes de la época muestran varios diseños de los llamados “ataúdes de seguridad”. Varios diseños contenían algún sistema de alarma y, efectivamente, algunos de éstos usaban una campana con una cuerda que pasaba por un agujero del ataúd. Otros diseños eran más sofisticados: el movimiento del cuerpo podía izar una bandera, enviar señales telegráficas, e incluso lanzar fuegos artificiales. Algunos incluían una pala, una escalera y hasta provisiones de comida y agua. Aunque varios de estos diseños fueron fabricados y vendidos, no hay evidencia de que se haya enterrado a ningún muerto en dichos ataúdes de seguridad. Casi todos los modelos tenían bastantes defectos de diseño y es poco probable que hubieran funcionado correctamente.

Pero volviendo a la expresión “salvado por la campana”, por más verosímil que suene la historia, tampoco hay evidencia de que su origen esté relacionado con los ataúdes de seguridad. Fuentes más fidedignas señalan que la expresión empezó a usarse a finales del siglo xix y es un término de la jerga del boxeo que alude a la campana que suena al final de cada round. Esa campana puede “salvar” a un boxeador que está a punto de perder durante un conteo de protección.


Fuentes: The Phrase Finder, Death, The last taboo

martes, 22 de julio de 2008

Nomofobia

Existen tantas fobias en este mundo que habría que hacer un diccionario entero dedicado a ellas. La proliferación de fobias es aún más evidente en los tiempos que corren, en que las nuevas tecnologías están dominando nuestras vidas y generando tanta ansiedad. La nomofobia es el miedo irracional de separarse del teléfono celular. Según un estudio que se llevó a cabo en el Reino Unido, el 53% de los usuarios de celular en ese país tienden a sentir una fuerte ansiedad cuando pierden el celular, se quedan sin batería, sin crédito o se encuentran fuera del área de cobertura. Además, una de cada dos personas dijo que nunca apaga su teléfono.

Nomofobia (de no mobile phobia, en inglés) es un neologismo acuñado por la Oficina de Correos británica y sólo tiene sentido en el Reino Unido y en los países angloparlantes donde llaman mobile al celular (en Estados Unidos se le llama cell phone). Quizás en España podría tener más sentido ya que ahí se les conoce como móviles. Pero el término no deja de ser un barbarismo. Es un híbrido etimológico que viola las reglas de creación de palabras. La raíz griega –nomo significa ley y la nomofobia en términos estrictos tendría que significar “miedo a la ley”. Si teléfono celular se dice kinito tilefono (κινητό τηλέφωνο) en griego moderno, el miedo a quedarse sin celular quizá podría llamarse akinesofobia. El problema es que ese término puede interpretarse también como el miedo a quedarse sin movimiento (de hecho, existe un temor al movimiento llamado kinesofobia).

De todos modos, y a pesar de su incorrección, el término nomofobia está ya bastante difundido. Y es que este padecimiento es cada vez más real para millones de personas en nuestro planeta. Los expertos comparan la ansiedad provocada por la nomofobia con la que provocan otras situaciones estresantes como casarse, cambiarse de casa o de trabajo, separarse de la pareja o ir al dentista. Algunas de las comparaciones son un poco exageradas, pero es cierto que hay gente que se pone muy mal sin su teléfono. Yo no soy tan adicta al celular (tengo más dependencia al Internet y al correo electrónico, pero ese es tema para otra entrada y también para la acuñación de otro término). A veces puedo salirme de casa sin el celular, otras me acuerdo de encenderlo (pues yo sí lo apago todas las noches) hasta la tarde. Pero al mismo tiempo estoy pegada al correo electrónico, así que tendría que admitir que sí tengo temor de quedarme incomunicada.

Si eres nomofóbico, aquí hay un centro de atención en el que te dan algunos consejos para evitar que te qudes incomunicado o sin celular. Lo malo es que esos consejos lo único que hacen es aumentar la dependencia al celular.

lunes, 21 de julio de 2008

Chocoadicta

Me llamo Strika y soy adicta al chocolate. Pero no a cualquier chocolate: sólo al amargo y macizo. Ningún otro tipo de chocolate me provoca dependencia. Es más, hay algunos que ni de loca consumo y a los que ni siquiera podría considerar chocolates (es el caso del “chocolate blanco”, así como de todas esas gringadas tipo Milky Way, Snickers y demás porquerías). Dicho esto, quienes viven en México entenderán que mi adicción es algo difícil de abastecer. Para empezar, porque en este país prácticamente no existe el chocolate amargo de producción nacional. La única excepción es el chocolate amargo de Turín para repostería, que yo consumo como si fuera un postre. También, cerca de la Facultad de Ingeniería en Ciudad Universitaria, hay un puesto de golosinas en el que venden unas figuritas de chocolate macizo y amargo (básicamente ositos y patitos) por la módica cantidad de un peso la pieza (creo que la última vez que pasé por ahí ya las habían subido a $1.50). Cuando iba a la maestría solía comprar varias decenas de pesos para así poder satisfacer mi necesidad de chocolate durante la semana. El problema es que ya no voy a CU.

Fuera de esos casos, la mayor parte del chocolate amargo que se vende en este país viene del extranjero. Entre mis favoritos, está el Excellence 70% Cacao de Lindt. De esa misma marca, hay también uno con extracto de naranja que es una delicia (no es un relleno, es solamente un fino aroma de cáscara de naranja que, mezclado con el aroma del chocolate, es reamente un manjar de dioses). El problema es que todos esos chocolates, tanto los extranjeros como el Turín de repostería, sólo los venden en el supermercado. En las tiendas tipo Extra, Oxxo, 7 Eleven y demás denominaciones, que tanto han proliferado en esta ciudad durante los últimos años, venden pura gringada de chocolate. En las tiendas de abarrotes, además de gringadas, encuentras conejitos, huevitos, monedas y vaquitas, pero nada que valga la pena. Esto es un verdadero problema cuando se tiene una adicción como la mía.

Además de la innegable obsesión que tengo por cómo conseguir mi droga, también presento otro de los típicos síntomas de las adicciones: el chocolate me hace egoísta. No importa qué tanto quiera a la persona, haré lo posible para no convidarle de mi chocolate. En mi casa, lo escondo para que mi marido no lo encuentre y así no tenga que darle ni un solo pedazo. Y, como imaginarán, me lo como a escondidas. También tengo que hacer esfuerzos para controlarme y no terminarme todo el paquete en una sentada. Mi objetivo inicial siempre es comerme un “cuadrito”, pero invariablemente termino comiéndome más de tres. El hecho de que tenga que caminar tantas cuadras para conseguir otro me ayuda a controlar el impulso, pero es difícil.

Pero el chocolate amargo no es tan dañino. Es más, en pequeñas cantidades es benéfico para la salud. Entre sus ventajas está combatir la fatiga crónica (a mí de hecho el “mono” o síndrome de abstinencia me empieza como a las 5 de la tarde), reducir la presión arterial, y reducir el riesgo de varias otras enfermedades mortales, entre las que se encuentran las enfermedades coronarias, el cáncer y la diabetes. ¿Cómo les quedó el ojo? No está tan mal mi adicción. ¿O me estaré autojustificando y estoy más grave de lo que creía?

viernes, 18 de julio de 2008

Fobias supersticiosas (III)

Si creían que ya había terminado con las fobias irracionales, aquí les va la mejor: la hexakosioihexekontahexafobia. También es el mejor de los trabalenguas.

Hexakosioihexekontahexafobia (del griego hexa^kosioi: seiscientos, hexekonta: sesenta, y hex: seis). Es el miedo persistente, irracional e injustificado al número 666.

El origen de esta fobia se remite a una interpretación de un verso bíblico (Apocalipsis 13:18), en el que se indica que el número 666 es el número de la Bestia, asociado al Anticristo. Según algunos académicos el número era en realidad un código para referirse al emperador romano Nerón. Otros señalan que es posible que haya habido un error en la traducción del verso y que el número era más bien el 616, al que han querido ver como un código para referirse al emperador Calígula.

En toco caso, gracias a Hollywood (o más bien, por su culpa ), la hexakosioihexekontahexafobia se ha popularizado incluso entre personas que no son cristianas. Quienes padecen de esta fobia evitan todo lo relacionado con el 666: números de vuelo o de autobuses, números de casa, edificio o calles, manos de póker que contengan un trío de seises, etc. Hay hexakosioihexekontahexafóbicos más graves que también evitan fracciones que tengan decimales de 666 como 2/3, 5/3, 8/3, 11/3. etc.

Entre los casos célebres de esta fobia se encuentran el de Ronald Reagan y su esposa, quienes al mudarse a su casa en el sector de Bel Air, Los Ángeles, cambiaron su dirección de 666 St. Cloud Road a 668. Otro caso conocido fue a finales de la década de los 90, cuando la compañía telefónica de Honduras cambió su numeración de seis a siete dígitos, y se le otorgó el prefijo 666 a la ciudad de El Progreso. Los habitantes de dicha ciudad se movilizaron e insistieron en que se les cambiara el prefijo maligno, hasta que lograron que se les otorgara el prefijo 668.

En Estados Unidos hay una carretera federal que conecta los estados de Nuevo México, Colorado y Utah, y que se llamaba Ruta 666. Por su asociación con el número de la bestia, así como el alto índice de accidentes que había en el tramo de Nuevo México, la gente estaba convencida de que la carretera estaba maldita y la bautizaron como la Carretera del Diablo (Devil’s Highway). El problema incrementó cuando la gente empezó a robarse los letreros y las señales de la carretera. Todo esto llevó a que en 2003 se renumerara la carretera como Ruta 491. Curiosamente, desde su renumeración, el índice de accidentes disminuyó (también se implementaron medidas de seguridad).

Foto de Troy Paiva

En el año 2006, algunas mujeres embarazadas expresaron su preocupación de parir el 6 de junio (06/06/06), ¡ya que podían dar a luz al mismísimo Anticristo! Muchos hexakosioihexekontahexafóbicos se temían lo peor para ese día pero, para su decepción, no ocurrió nada fuera de lo normal.

No cabe duda de que se necesita de todo para hacer un mundo.

martes, 15 de julio de 2008

Fobias supersticiosas (II)

Efectivamente, la parascavedecatriafobia es, además de un impronunciable trabalenguas, el miedo al viernes 13. El término es un mejunje que ningún griego diría jamás. Parece basarse en la palabra griega para viernes, Παρασκευή (paraskeue), en δέκα τρία (deca tría) que es trece, y φόβος (fobos), miedo.

El viernes 13 es considerado un día de mala suerte en los países anglosajones. Según Donald Dossey, director del Centro de Manejo de Estrés e Instituto de Fobias de Asheville, Carolina del Norte, más de 17 millones de personas están afectadas en E.U.A. por el miedo a ese día. Algunas personas resultan tan paralizadas por su fobia que evitan sus rutinas normales como ir a trabajar, hacer negocios, tomar vuelos o salir de casa. De acuerdo con las estimaciones del citado instituto, esa superstición le cuesta al país más de 850 millones de dólares.

Sobre los orígenes de esta fobia también hay muchas versiones. Los fans de las novelas tipo El Código Da Vinci creen que los templarios fueron capturados y quemados en la hoguera el viernes 13 de 1307. Se dice que Jacques de Molay, último gran maestre de la Orden de los Templarios, condenado a la hoguera, lanzó una maldición que provocó la muerte del rey Felipe IV de Francia y el Papa Clemente V en menos de un año. El viernes 13 se convirtió entonces en un día fatídico.

Otra versión señala que el viernes era el día en que las culturas nórdicas veneraban a Frigg o Freyja, diosa de la fertilidad y el amor (la palabra inglesa Friday proviene de Frigg). Esta diosa era una de las más respetadas en la mitología nórdica, pero cuando el cristianismo se expandió, sus misioneros condenaron a la divinidad y la consideraron como una bruja. Y como el viernes era su día, se volvió un día maldito. Supongo que, según esta teoría, viernes (maldito) + 13 (maldito) = HORROR. También dicen que el viernes era el día de las ejecuciones en Roma y que Jesucristo fue crucificado un viernes.

Tetrafobia. Es el miedo irracional al número 4.

Esta fobia es común en los países orientales –como China, Japón y Corea–, donde el 4 es considerado de mala suerte. Esto se debe a que la pronunciación china para “muerte” y “cuatro” es muy similar (sì). También en japonés (shi) y en coreano (sa) suenan igual ambas palabras. Por eso es frecuente que los hoteles y hospitales no tengan una cuarta planta. Y el número cuatro suele evitarse de la misma forma que el 13 en los países occidentales. Qué lástima, pues el 4 es mi número favorito. Soy tetrafílica.

Continuará...

lunes, 14 de julio de 2008

Fobias supersticiosas (I)

Como todos saben, una fobia es un miedo irracional ante objetos o situaciones determinadas. Dicen que todos tenemos al menos una fobia. Yo soy medio claustrofóbica, y considerablemente agoráfobica y demófobica. Me ponen mal las multitudes y nomás no puedo con los conciertos masivos, las manifestaciones, y demás eventos multitudinarios. Tampoco me gustan los centros comerciales, los aeropuertos, las estaciones en época de vacaciones, etc. Nunca lo he tratado en terapia, y quizás algún psicólogo me diría que tengo un trauma infantil, pero la cosa es que mi terror por las multitudes lo he tenido desde pequeña. Mis padres dicen que ya desde que apenas tenía meses me ponía muy mal en los centros comerciales y demás lugares abarrotados.

La característica más importante de las fobias es que son irracionales. Mi marido sufre de aerofobia (miedo a volar en aviones) –fobia que, por cierto, desde el 11-S cada vez es más común. Por más que le diga que el avión es estadísticamente el medio de transporte más seguro, él se la pasa muy mal durante la semana previa al vuelo y durante las horas que está dentro del avión. Y así es con todas las fobias: uno no puede darle argumentos racionales al que las sufre porque va más allá de toda racionalidad.

Todavía en el caso de ciertas fobias como la claustrofobia, la aerofobia, la aracnofobia, la lepidopterofobia, etc., se trata de miedos irracionales a cosas o situaciones concretas. Pero también existen temores irracionales a cosas que ya en sí son irracionales. Aquí les van algunos casos, que constituyen verdaderos casos de estudio para la Tripodología Felina:

Triscadecafobia (del griego tris: tres, kai: y, deca: diez). Es el miedo irracional al número 13.

Existen varias versiones con respecto a por qué el número 13 es considerado de mal agüero. Se ha dicho, por ejemplo, que este temor es tan viejo como el mismo acto de contar. El hombre primitivo sólo tenía sus diez dedos y dos pies para representar unidades, por lo que no podían contar después del 12. Así, según esta versión, todo lo que había más allá (el 13) era un misterio impenetrable para él y, por ende, un objeto de superstición. Pero esta versión no se sostiene porque los primitivos habrían podido usar los dedos de los pies para contar.

Otra versión tiene orígenes cristianos y señala que este número se considera de mala suerte, debido a que hubo 13 personas en la Última Cena. Pero el Código de Hammurabi omite el número 13 en su lista numerada, lo cual parece indicar que la superstición ya existía antes de la era cristiana.

Hay quienes dicen que el número 13 pudo haber sido rechazado por las religiones patriarcales debido a que representaba la feminidad. Según esta hipótesis, las culturas de adoración de la diosa reverenciaban el 13 porque corresponde al número de ciclos lunares (menstruales) en un año (13x28=364). La “Venus de Laussel”-una estatuilla del paleolítico hallada cerca de las cuevas de Lascaux, a la que se suele citar como un ícono de la espiritualidad matriarcal- representa una figura femenina sosteniendo un cuerno con forma de cuarto creciente que tiene trece muescas.

Sea cual sea la razón, la triscadecafobia ha llevado a muchas extravagancias. Hay ciudades que no tienen una calle o avenida 13. Muchos edificios no tienen piso 13, saltándose del 12 al 14. Esto también sucede con casas o departamentos, en incluso con las filas de los aviones de algunas compañías. Ciertos cantantes y compositores han omitido la pista número 13 de sus discos. El avión de caza nazi desarrollado tras el He-112 fue designado He-100 para evitar la designación He-113 (dicen que Hitler era triscadecafóbico). En la compañía Renault existen modelos con todos los números (Renault 21, etc.), menos con el 13. El CorelDraw también cambió la numeración al llegar a la versión 13, y la llamó CorelDraw X3 (donde la X representa al 10 en números romanos). Y así, un sinfín de ejemplos. Los triscadecafóbicos evitan pronunciar el 13 y suelen referirse a este número como 12+1.

En la próxima entrada hablaré de otras fobias supersticiosas relacionadas con números. Mientras eso sucede, ¿quién adivina qué es la paraskavedekatriafobia?

viernes, 11 de julio de 2008

Buffalax

Parece que existe todo un arte que explota la pareidolia sonora, y en inglés ya hasta se acuñó un término para dicho arte. To buffalax significa descifrar una lengua incomprensible, generalmente a partir de una secuencia de baile con coreografía de una película o videoclip musical proveniente del subcontinente asiático, y subtitularlo al inglés. Los subtítulos se basan en cómo suena la canción en la lengua original, y no en el significado de ésta.

Según, el Urban Dictionary, el verbo viene de un genio en YouTube cuyo seudónimo es Buffalax. Él es quien inventó el concepto, y realmente es muy bueno haciéndolo.

Aquí les dejo uno de sus videos. Yo ya lo conocía, pero sin subtítulos. Ya de por sí es genial, por lo kitsch que es. Pero buffalaxeado es divertidísimo.



jueves, 10 de julio de 2008

Pareidolia

La pareidolia (del griego eidolon: figura o imagen, y el prefijo par: junto o adjunto) es una condición psicológica en la que el cerebro crea erróneamente patrones de significado, generalmente rostros humanos, a partir de patrones aleatorios. En otras palabras, un estímulo vago y aleatorio es percibido por el cerebro como una forma reconocible. Este fenómeno explicaría científicamente varias de las apariciones supuestamente milagrosas, como la cara de Marte, la imagen de Jesucristo o de la Virgen que a cada rato aparecen por todos lados (desde paredes de Iglesias hasta tortillas), las visiones de ovnis, o incluso la cara que salió en el humo de las Torres Gemelas. Al parecer, solemos ver caras porque nuestros cerebros están “programados” para ello.


De hecho, los psicólogos han explotado este fenómeno para aplicar el test de Rorschach (esa patética prueba en la que te muestran manchas de tinta para que les digas que ves y así puedan interpretar tu personalidad a través de tus respuestas) .


La pareidolia también puede ser auditiva, lo cual significa que tenemos la capacidad de escuchar frases conocidas a partir de sonidos aleatorios. Este fenómeno nos lleva a escuchar “mensajes satánicos” en los discos de rock reproducidos al revés, o voces fantasmagóricas creadas por el viento en una casa tenebrosa. Así como con el reconocimiento facial, nuestro cerebro está programado para el reconocimiento de frases, y somos tan buenos en eso que muchas veces escuchamos frases donde no las hay.

Un ejemplo más cotidiano de la pareidolia sonora (¿parefonia?) es cuando escuchamos frases en español en las canciones que están en otros idiomas que no comprendemos. Estoy casi segura de que todos los mexicanos de mi generación cantaron alguna vez aquella famosa canción ochentera de Huevos con aceite. No sabía cómo se llamaba la canción original, ni de quién era. Haciendo una búsqueda en Google, me enteré de que el grupo se llamaba Twisted Sister y la canción We’re not gonna take it. Pero lo mejor de todo es que, a partir de mi búsqueda, di con este video que les dejo. La calidad del audio es bastante mala, pero si entienden lo que está pasando, y tienen el mismo sentido del humor que yo, reirán mucho. De hecho, yo lloré de la risa.


miércoles, 9 de julio de 2008

El caso Tuláyev

Estoy de vuelta en esta ciudad invernal, después de haber pasado 10 días en un lugar veraniego. Medio traumático, el regreso. En fin.

Uno de los libros que leí durante mis vacaciones es El caso Tuláyev de Víctor Serge (1890-1947). Serge, cuyo verdadero nombre era Viktor Lvovitch Kibaltchiche, nació en Bélgica en el seno de una familia de intelectuales rusos emigrados y murió exiliado en México. Fue el padre del conocido pintor y grabador ruso-mexicano, Vlady. Desde muy joven militó en el partido socialista belga, y más tarde empezó a frecuentar los grupos anarquistas de Bruselas. Expulsado de Bélgica, se estableció en París, donde fue encarcelado en 1912 por sus vínculos con la célebre Banda Bonnot, un puñado de anarquistas que habían alcanzado una fama que rozaba el estatuto de la leyenda (mezcla de Bonnie & Clyde con seguidores de Bakunin). Serge pasó cinco años en prisión, y de esa experiencia escribiría más tarde Hombres en prisión. Un intercambio de presos anticomunistas dentenidos en la Unión Soviética lo llevó a Petrogrado en 1919, donde comenzó a colaborar activamente con los bolcheviques. Sin embargo, después de la muerte de Lenin, Serge empezó a distanciarse paulatinamente de las políticas oficiales y a caer de la gracia de quienes habían ascendido al poder. Sus posturas críticas y su alineación con la “oposición de izquierdas”, ligada a Trotsky, le valieron un arresto en 1933 y posteriormente el exilio, primero en Francia y posteriormente en México, donde moriría en 1947.

A diferencia de otros escritores socialistas de la época que por culpa del estalinismo se desencantaron y abandonaron sus sueños revolucionarios para siempre, Victor Serge nunca perdió la fe en el proyecto socialista. Fue un hombre libre que mantuvo hasta el final sus convicciones y creyó siempre en la importancia del socialismo como herramienta utópica. Ello no significó aceptar las brutalidades del estalinismo, sino todo lo contrario. Para Serge, el socialismo había sido pervertido dentro de la historia por individuos concretos, pero el sueño de libertad que lo animaba podía seguir siendo soñado. Y este es uno de los aspectos que hay que rescatar del escritor. Otros (como Arthur Koestler) dejaron de ser socialistas, Serge no.

El caso Tuláyev traspone novelescamente los Procesos de Moscú. Tiene como punto de partida el asesinato de un alto funcionario de la Unión Soviética: el propio Tuláyev del título. Aun cuando el asesinato es en realidad un acto aislado, resultado del resentimiento momentáneo de un joven contra el responsable de las deportaciones en las universidades, este crimen se convierte en el detonante de una ola de represión que permite al régimen deshacerse de elementos incómodos y efectuar una serie de purgas al interior del propio sistema. Así vemos caer, uno a uno, a una serie de personajes: algunos leales al proyecto y al partido, otros oportunistas, otros rebeldes y fieles a sus ideales hasta la muerte. Todos caen: incluso quienes en algún momento fueron verdugos. El libro ofrece un genial retrato psicológico de sus personajes. Y, aunque es deprimente, hay un dejo de ironía detrás de todo lo que en él acontece.

La novela es una excelente crítica a uno de los regimenes totalitaristas más brutales que haya conocido el siglo xx. Uno de los personajes escribe desde la prisión: “Lo que haría falta hoy serían libros fulgurantes, llenos de un álgebra histórica irrefutable, plenos de acusaciones sin piedad, libros que juzgaran este tiempo: cada libro debería ser de una implacable inteligencia, impreso con fuego puro. Estos libros nacerán más tarde”. Y bien, El caso Tuláyev podría ser, en definitiva, uno de esos libros. Altamente recomendable.