miércoles, 31 de diciembre de 2008

¡Feliz 2009!

Traté de ser incluyente, pero 85 lenguas no es ni el 2% de las lenguas habladas en el mundo (si nos basamos en las últimas cuentas de Ethnologue). Así que si saben cómo desear feliz año en alguna otra lengua que se me haya pasado, no duden en mencionarlo en los comentarios. ¡Y que tengan todos un muy feliz 2009!

Afrikáans: Voorspoedige nuwe jaar
Albanés: Gezuar vitin e ri
Alemán:
ein gutes neues Jahr / prost Neujahr
Alsaciano:
e glëckliches nëies / güets nëies johr
Árabe:
Aam saiid / sana saiida
Armenio:
Snorhavor nor tari
Azerí (azerbaiyano)
: Yeni iliniz mubarek!
Bengalí: Shuvo nabo barsho
Bretón: Bloavezh mat
Búlgaro:
Chestita nova godina
Camboyano: Sur sdei chhnam thmei
Canarés: Hosa varushadha shubhashayagalu
Cantonés: Sun leen fai lok
Catalán: bon any nou
Cingalés: Subha aluth awrudhak vewa
Coreano: Saehae bock mani ba deu sei yo!
Corso: Pace e salute
Croata: Sretna nova godina!
Checo: Šťastný nový rok
Chino: Xin nian kuai le
Danés: Godt nytår
Divehi: Ufaaveri aa aharakah edhen
Eslovaco: Stastny novy rok
Esloveno: srečno novo leto
Español: Feliz Año Nuevo
Esperanto: Feliæan novan jaron
Estonio: Head uut aastat!
Finés: Onnellista uutta vuotta
Flamenco: gelukkig Nieuwjaar
Francés: Bonne Annee
Friulano: Bon an
Gaélico: Bliadhna mhath ur
Galés: Blwyddyn Newydd Dda
Gallego: Feliz aninovo
Georgiano: Gilotsavt aral tsels
Griego: kali chronia / kali xronia
Guaraní: rogüerohory año nuévo-re
Hebreo: Shana Tova
שנה טובֿה
Hindi: Naye varsha ki shubhkamanyen
Holandés: Gelukkig Nieuwjaar
Húngaro: Boldog új évet
Inglés: Happy new year
Islandés: Farsælt komandi ár
Italiano: Felice anno nuevo, buon anno
Japonés: Akimashite omedetto gozaimasu
Kurdo: Newroz pirozbe
Laosiano: Sabai dee pee mai
Latín: felix sit annus novus
Letón: Laimīgo jauno gadu!
Mapuche: K'me amupe We Xipantu
Lituano: Laimingu Naujuju Metu
Macedonio: Srekjna nova godina
Malayo: Selamat tahun baru
Malgache: Tratry ny taona
Maltés: Sena gdida mimlija risq
Nepalí: Nawa Barsha ko Shuvakamana
Noruego: Godt nyttår
Occitano: bon annada
Pampango: Masaganang Bayung Banua
Panyabí: Nave sal di mubarak
Pashto: Nawai Kall Mo Mubarak Shah
Persa: Sâle no mobârak
Polaco: szczęśliwego nowego roku
Portugués: Feliz ano novo
Romaní: bangi vasilica baxt
Rumano: un an nou fericit / la mulţi ani
Ruso:
S novim godom Новым Годом
Samoano: Manuia le tausaga fou
Serbocroata: Sretna nova godina
Shona: goredzwa rakanaka
Sindhi: nain saal joon wadhayoon
Somalí: Iyo sanad cusub oo fiican!
Suahili: mwaka mzuri
Sueco: Gott nytt år
Tailandés: sawatdii pimaï
Tamil: Eniya puthandu nalvazhthukkal
Telegú: Nuthana samvatsara shubhakankshalu
Tibetano: Losar tashi delek
Turco: Yeni yiliniz kutlu olsun
Ucraniano: Z novym rokom
Urdu: Naya saal mubbarik
Uzbeko: Yangi yil bilan
Vasco: urte berri on
Vietnamita: Chuc Mung Tan Nien
Yiddish: a gut yohr


viernes, 26 de diciembre de 2008

Ruleta rusa

Anoche vi The Deer Hunter (creo que en español está traducida como El francotirador ) con el siempre magistral Robert De Niro. Filmada en 1978, esta película fue una de las primeras que se hicieron en torno a la guerra de Vietnam. Pese a que ganó cinco Oscares, incluyendo los de mejor película y mejor director, el filme causó mucha controversia cuando salió. Por un lado, se dijo que la película era racista contra los vietnamitas (es algo que habría que discutir, pero no lo haré en esta entrada). Por otro lado, los veteranos de Vietnam se amotinaron afuera de la ceremonia de entrega de los Oscares causando disturbios y alegando que el filme no era “exacto” con los hechos y que inclusive era un insulto para ellos. Sin embargo, para mí que estaban equivocados. En realidad, no creo que ésta sea una película sobre la guerra de Vietnam. Es más bien una película sobre las secuelas de la guerra (pudo haber sido cualquier guerra) y sobre el daño que puede hacer en sus participantes, física y mentalmente.

La película también es famosa por haber dado a conocer mundialmente el juego de la ruleta rusa. Por si acaso alguien no lo supiera, la ruleta rusa es un juego temerario en que los jugadores giran el tambor de un revolver cargado con una sola bala y lo disparan contra su sien. Cuando a uno de los dos jugadores le toca la bala, el juego termina y el sobreviviente se queda con el dinero apostado. Ayer, cuando terminé de ver la película, me pregunté sobre el origen del nombre del juego. Lo de “ruleta” es bastante lógico, pero ¿por qué rusa? ¿Fueron los rusos quienes la inventaron? ¿O se trata de uno de esos casos --como el de las papas a la francesa -- en que la el adjetivo gentilicio no tiene nada que ver con la apelación de origen?

Me di a la tarea de investigar, y he aquí lo que encontré:

Como era de suponer, la mayoría de las leyendas sobre el origen del juego tienen lugar en Rusia o cuentan con la participación de rusos. Una de éstas cuenta que en el siglo xix los prisioneros rusos eran forzados a jugarla mientras los guardias de la prisión apostaban sobre los posibles resultados. En otra versión los oficiales rusos, desesperados y suicidas, jugaban a este juego para impresionar a sus camaradas. Sin embargo, no hay evidencias de que estas leyendas sean ciertas. Aunque los historiadores no descartan que los rusos hayan jugado a la ruleta rusa, tampoco tienen la certeza de que haya sido así.

El registro más antiguo del término proviene de “Ruleta rusa”, un cuento de Georges Surdez publicado en 1937. En el cuento, un sargento ruso de la legión extranjera en Francia le pregunta al narrador: “Feldheim... ¿alguna vez has escuchado hablar de la ruleta rusa? (...) Cuando estaba en el ejército ruso en Rumania, alrededor de 1917, y las cosas empezaban a colapsarse, de modo que los oficiales rusos sentían que no sólo perdían prestigio, dinero, a su familia y al país, sino que se deshonraban frente a sus colegas de las fuerzas aliadas, algún oficial sacaba de la nada su revolver, estuviera donde estuviera, en la mesa, en un café, en una reunión de amigos, sacaba una bala del tambor, lo giraba, lo cerraba de nuevo, lo ponía contra su sien y jalaba el gatillo. Había cinco posibilidades contra una de que el revolver se disparara y le reventara los sesos. Algunas veces sucedía, otras no”.

Hay una gran diferencia entre usar cinco balas y usar solo una. La primera versión es básicamente un suicidio, ya que hay sólo hay una posibilidad de sobrevivir, mientras que la segunda es un juego de azar–aunque bastante enfermo. En el cuento de Surdez se juegan ambas versiones pero curiosamente la de una sola bala fue la que se quedó en la mente de la gente.

Aunque los soldados zaristas eran famosos por su comportamiento violento, no hay evidencia de que hayan jugado ninguna de las dos versiones de ruleta rusa en 1917 o antes. De hecho, la única referencia a algo parecido a este juego
en la literatura rusa aparece en el libro Un héroe de nuestro tiempo de Mikhail Lérmontov (publicado en 1840 y traducido al inglés por Nabokov en 1958). “Después de una tarde de juego, varios oficiales rusos debaten sobre si el destino está predeterminado. Un teniente serbio adicto al juego apuesta que sí. De la nada saca un revolver con una sola bala, apunta contra su sien y jala el gatillo. Clic. El teniente apunta con el arma hacia otro lado y vuelve a jalar el gatillo. ¡Pum! Se embolsa sus ganancias mientras los otros lo miran atónitos. Más tarde, esa misma noche, el serbio es asesinado por un cosaco ebrio”. No se puede negar que el destino le hizo una jugarreta.

Fuente: The Straight Dope

lunes, 22 de diciembre de 2008

El síndrome de Truman

Aprovechando que en estos días no creo que mucha gente pase por aquí, voy a hacer una confesión. Cuando era adolescente, mucho tiempo antes de que existieran los reality shows, a veces tenía la impresión de que mi vida estaba siendo filmada por alguien. No es que creyera que hubiera cámaras ocultas por toda la casa, pero en algunos momentos tenía una especie de sensación de que alguien observaba, y sobre todo filmaba, todos y cada uno de mis movimientos. Era como si estuviera dentro de una película. Nunca analicé mi delirio y tampoco fue motivo de preocupación porque para empezar no creo haberlo compartido con nadie y para terminar algún día lo olvidé y no volví a tener esa sensación. Quizás al volverme adulta mi vida pasó de ser interesante y entretenida a trivial y aburrida. (Esa es la explicación romántica, seguramente Freud tendría otra).

Resulta que no he sido la única loca. El trastorno que acabo de describir es un mal que afecta cada vez a más gente, y que además ya tiene nombre. Desde hace dos años, el Dr. Joel Gold, psiquiatra afiliado al Hospital Bellevue de Nueva York, ha estado documentando casos de lo que ha bautizado como “El síndrome de Truman”, un delirio que afecta a algunas personas que están convencidas de que sus vidas están siendo transmitidas por televisión en algún reality show. El nombre del síndrome es una referencia a The Truman Show, una película de 1998 que giraba alrededor de un personaje cuya vida entera se había estado filmado desde que nació, sin que él lo supiera (Si no han visto la película, véanla. Es muy buena). De hecho, varios de los pacientes que sufren de este síndrome han mencionado específicamente ese filme para explicar la sensación que tienen.

Todo empezó con un hombre que llegó a las oficinas del FBI en los Estados Unidos a pedir ayuda para que lo liberaran del reality show que se estaba haciendo sobre su vida. Otro hombre estaba convencido de que cada uno de sus movimientos era filmado secretamente para un concurso de televisión. Y un tercero creía que todo -las noticias, los psiquiatras, las medicinas que le recetaban- era parte de una farsa, de un mundo montado que lo tenía a él como el protagonista involuntario (precisamente como ocurre con el personaje de The Truman Show).

Hasta ahora se han registrado alrededor de 50 casos similares. El trastorno tiende a aparecer en países desarrollados en los que hay un nivel alto de vigilancia, y donde los reality shows son populares. En ese tipo de sociedades, muchas personas tienen cierto grado de nerviosismo y se sienten bajo vigilancia u observadas constantemente por el gobierno. De hecho, muy pocos pacientes con el síndrome de Truman se enorgullecen de su fama imaginaria. La mayoría se siente profundamente alterada por una invasión orweilliana a su privacidad. Y al igual que Truman Burbank (el protagonista de la citada película), sienten que poco a poco se acercan a la verdad, pero que nadie les cree.

Los científicos señalan que este trastorno es una muestra de la influencia que la cultura popular puede tener en ciertas condiciones mentales. Sin embargo, no por ello hay que culpar a la televisión. En realidad se trata de una variante de los clásicos delirios de persecución y de grandeza, y, en otra época, estas mismas personas habrían experimentado el delirio por otras razones. Por ejemplo, durante la guerra fría, se registraron muchos casos de personas convencidas de que estaban siendo espiadas por la KGB. Hoy en día, en plena explosión de la comunicación audiovisual, aparecen personas que creen estar siendo filmadas para un importante programa de televisión. Es un ejemplo interesante de la conexión que existe entre la cultura y la salud mental. La cultura popular no provoca el trastorno, pero estos delirios y psicósis sólo pueden entenderse a la luz de nuestra cultura contemporánea.



viernes, 19 de diciembre de 2008

Debrayes y tripodologismos

En los comentarios de la entrada pasada, Ojaral expresó sus dudas sobre los términos debrayes y tripodologismos. Como son palabras, e incluso etiquetas, usadas frecuentemente en este blog, aclararé su significado.

Debraye (la acción de debrayar) es un mexicanismo de nuevo uso. La primera vez que lo escuché (como verbo) habrá sido hace unos catorce años en boca de mi buen amigo Vicus. De hecho, al principio yo creía que él se lo había inventado, pero luego me di cuenta de que más gente de nuestra generación lo decía. De cualquier modo, casi de inmediato incorporé el término a mi lexicón. Como se trata de un término reciente, aún no está consignado en ningún diccionario, pero aquí intentaré ofrecer una definición basada en mi propia percepción y en lo que inclusive he discutido al respecto en algunos foros de discusión.

El verbo debrayar puede tener varios significados según el contexto en que se use. Por un lado, puede significar “decir tonterías o cosas que no tienen sentido”. En ese sentido, debrayar también se puede usar como sinónimo de desvariar. En el hilo del foro en el que hace un par de años discutí el término, alguien daba el siguiente ejemplo: "Cuando Luis me dijo con toda la seriedad del mundo que se lo había llevado un ovni, me pareció que ya estaba debrayando". En otro sitio web señalan que debrayar es el “acto de perder la noción del tiempo en nada particular, o el acto de pensar en algún tema o varios con alguna utilidad creativa o sólo para pasar el tiempo”. En ese sentido quizá podríamos decir que debrayar es también sinónimo de divagar.

Por otro lado, cuando se usa como verbo pronominal (debrayarse) puede significar alucinarse -pero no tanto en el sentido de “sufrir el efecto de una droga” sino más bien en el del modo de reaccionar a algo. Debrayarse sería, en esa acepción, un sinónimo del mexicanismo malviajarse: “reaccionar mal ante algo, perder el control, alterarse”.

Tratándose de un vocablo que no aparece en los diccionarios ni ha sido tratado por los lexicólogos, no hay muchas certezas sobre su ortografía. Por mucho tiempo, yo creí que se escribía “debrallar”, hasta que hace unos años empecé a verlo como "debrayar". De hecho, si se hace una búsqueda en Google, es posible ver que hay una mayor tendencia a escribir la palabra con "y" que con "ll".

Obviamente, tampoco hay nada escrito sobre su etimología. En el foro de Wordreference, alguien comentó que debrayar viene de la incorrecta pronunciación de desvariar como “devariar” y del posterior cambio de letras (devariar = devrariar). No suena tan descabellada la hipótesis ya que se trataría de un caso de modificación fonológica en que primero se suprimió la “s” y luego habría habido una metátesis al alterarse el orden dos fonemas. Sin embargo, no hay ninguna evidencia de que sea cierto.

Curiosamente en francés existe el verbo se débrailler, que significa literalmente “despechugarse, escotarse”, pero que en sentido figurado se usa para decir que algo (generalmente una conversación) pierde la decencia o la moderación. Asimismo, el adjetivo débraillé se usa para describir el aspecto desordenado o descuidado de algo. En realidad no tiene mucho que ver con el significado de debrayar o debrayado, pero no deja de ser curioso que en ambas lenguas
comparten el sema del desorden. Sin embargo, debe de ser pura coincidencia y esto ya se volvió un debraye... o un tripodologismo. ¡Y ya viene siendo hora de explicar este último vocablo!

Como le decía a Ojaral, tripodologismo es un neologismo acuñado por mí a partir del término Tripodología Felina acuñado por el gran maestro Eco. Dado que no quiero empezar a repetirme, les recomiendo que lean (en el orden que propongo) las siguientes entradas publicadas en febrero:

Tractatus Tripodologico-Phelinus

La tetrapiloctomía

Los orígenes talmúdicos de la Tetrapiloctomía (y de la Tripodología Felina)

Y con respecto a la pregunta que hizo Bluekitty sobre de dónde viene lo de buscarle tres o cinco patas al gato, pueden leer esta entrada:

¿Y tú? ¿Cuántas patas le buscas al gato?

martes, 16 de diciembre de 2008

Un año buscándole tres pies al gato

Imagen de Jess Strikovsky

Hoy Tripodología Felina está de fiesta porque cumple su primer año en línea. Se dice fácil pero cuando empecé con este blog no sabía exactamente por dónde me llevaría. Un año después, se ha convertido en una parte esencial de mi vida, la cual ya no concibo sin el blog.

No están ustedes para saberlo, ni yo para contarlo, pero 2008 no fue un año muy fácil que digamos. Después de terminar mi tesis de maestría, me vi afectada, como millones de personas, por las consecuencias de la crisis mundial. Sin embargo, gracias a este espacio virtual, en los momentos más improductivos pude sentirme creativa y útil.

Aprovecho la ocasión para agradecerles a J. Strimling y a los editores de Mi Gente por haber convertido Tripodología Felina en una columna de su periódico hispano y permitir que los latinos de Carolina del Norte lean cada semana estos debrayes y tripodologismos.

Pero este blog no sería nada sin los lectores que lo visitan a diario. Por ello, quiero darles las gracias a todos los visitantes, blogueros o no, que le dan sentido a mis palabras (después de todo, uno escribe para ser leído). Y un agradecimiento especial a todos los “parroquianos” que se hacen visibles con sus comentarios y hacen de Tripodología Felina un blog interesante. También ustedes se han convertido en parte de mi vida, en mis amigos.

martes, 9 de diciembre de 2008

Países separados por una lengua común

Desde la semana pasada, estoy participando en un seminario de “jóvenes” traductores (y lo pongo entre comillas porque últimamente me considero todo, menos joven) junto con 12 colegas de otros países hispanoamericanos: Argentina, Chile, Costa Rica, Cuba, Ecuador, España, Honduras, Perú y México. Además de las sesiones del seminario, que son muy interesantes por el intercambio de experiencias, las pausas y las comidas también son una delicia desde el punto de vista lingüístico.

Ayer, por ejemplo, estábamos comiendo y una de las colegas argentinas le pregunta al costarricense: “¿a vos no te gustan las chauchas? Inmediatamente todos los que estábamos alrededor preguntamos: “¿las qué?” Entonces, claro, después de señalárnoslas en su plato, todos empezamos a decir cómo se llaman en nuestro respectivo país:

Costa Rica: vainicas
Chile: porotos verdes
Perú: vainitas
España: judías verdes, habichuelas o alubias verdes
México: ejotes

Lo mismo pasó el otro día con lo que en México llamamos chícharos:

Argentina y Chile: arvejas
Perú: alverjas
Costa Rica: petit pois (¡que viene del francés!)
España: guisantes

Como estos, hay cientos de ejemplos y cada día pueden salir más. Por ejemplo, también sucedió algo parecido cuando la colega hondureña le dijo a otra que su chumpa estaba muy bonita: chamarra (Mx), campera (Ar), casaca (Pe), cazadora (Es).

Y aun así, algunos medios de comunicación pretenden que exista un español neutro. Incluso hay editoriales que les piden a sus traductores que traduzcan a ese español. A mí ya me pasó una vez con un libro de consejos de salud que traduje del francés. El editor me pidió que tradujera a un español neutro ya que el libro sería publicado en todo el continente. En el texto aparecían algunos nombres de frutas y verduras, y para traducirlos tuve que atenerme a una especie de guía de estilo. La verdad es que ya no me acuerdo bien si los términos que venían en la guía me eran ajenos o no, (aunque creo que no, porque la variante mexicana, nos guste o no, es una de las que suelen dominar en este tipo homogeneizaciones), pero sí recuerdo que me pareció una ingenuidad. Afortunadamente el texto que traduje tenía pocas palabras de ese tipo, pero imagínense que se hubiera tratado de un recetario de cocina. En ese caso, pretender que puede haber una sola traducción para los 19 países es ingenuo, si no absurdo, pues cuando hay tantas variantes la “neutralidad” es imposible y forzosamente alguien (más de uno) se va a quedar sin entender nada.

viernes, 5 de diciembre de 2008

La FIL

Esta semana tuve la oportunidad de estar en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Hacía años que quería ir, pero por una u otra razón (básicamente tiempo y lana) nunca se me hacía. Este año tuve la suerte de que me invitaran el pasaje y el alojamiento, en el marco de un seminario de “jóvenes” traductores en el que estoy participando.

La FIL es la feria más importante de las letras en habla hispana y la segunda en el mundo, después de la de Frankfurt. Cada año, la Feria de Guadalajara tiene un país “invitado”, y lo pongo entre comillas porque, según mis fuentes, al país en cuestión no sólo no se le regala nada sino que encima tiene que pagar un dineral. Si eso es cierto, con un poco más de honestidad habría que llamarlo “país patrocinador”. En todo caso, este año el invitado de honor fue Italia y mi primera decepción, un mes antes de ir, fue enterarme de que no asistiría Umberto Eco (de quien, como saben, soy gran admiradora). Pero tampoco asistieron Darío Fo, ni Alessandro Baricco, ni Claudio Magris, ni Roberto Calasso, ni Antonio Tabucchi. Según el embajador de Italia en México, su ausencia se debe a que tienen otros compromisos y no a que sean opositores al gobierno de Berlusconi. Quién sabe. Con el ego que tienen la mayoría de los escritores de renombre, me parece extraño que no aprovecharan la pasarela.

Y es que la FIL es un desfile de estrellas literarias (y algunas no tan literarias). Este año, desde luego, fue la feria de Carlos Fuentes. Como al menos todos los mexicanos saben
pues los medios se han encargado de endilgárnoslo, el señor acaba de cumplir 80 años y lleva un mes de festejos y homenajes que –creo ni a Paz le hicieron en vida. Así que se imaginarán lo que fue en la FIL. El martes hubo un encuentro llamado “Mil jóvenes leen Aura”. Yo no pensaba ir, pero me perdí del grupo con el que estaba y como sabía que algunos querían ir al acto fui a buscarlos. ¡Dios mío! Entré a la sala donde se llevaba a cabo el rollo y casi muero aplastada por una horda de adolescentes. Me pregunto realmente si esos mil jóvenes leyeron Aura y sabían quién era Fuentes, porque eso parecía un concierto de Madonna (incluidas las ovaciones, gritos y chiflidos). Obviamente salí corriendo a los dos minutos.

Otras estrellas fueron Gabriel García Márquez, Fernando Savater, Antonio Lobo Antunes, Arturo Pérez Reverte, y Ken Follet. De éstos, la única actividad a la que asistí fue el diálogo que tuvo Pérez Reverte con Los Tigres del Norte, más por estos últimos que por el español. Supuestamente sería una mesa redonda sobre la música y la cultura popular en la frontera, pero a mí el rollo me pareció más una promoción para Pérez Reverte cuya novela La reina del sur, inspirada en el narcocorrido “Contrabando y traición” del grupo sinaloense, se llevará a la pantalla grande el año que entra.

Además del espectáculo mediático, la FIL es una enorme feria de negocios. A veces los biblófilos románticos e idealistas olvidamos que el libro es una industria. Las ferias del libro, sobre todo las que son tan grandes como ésta, son un buen lugar para ver cómo se mueve la industria editorial en el mundo. Ahí se negocia la compra y venta de derechos de autor, la representación de autores y los derechos de traducción. Por otro lado, los stands de los grandes emporios (Random House, Grupo Planeta, Grupo Santillana, etc.) son una cosa grotesca. Yo ni me paré por ahí. Más bien me dediqué a visitar los stands de las editoriales independientes, las revistas y los del área internacional. No obstante, la feria es tan monstruosa que ver tanto libro me abrumó. De hecho, durante los tres días que allí estuve sólo compré un libro. Me pasó algo muy similar a lo que me sucede en los centros comerciales. Y eso que tuve la suerte de estar en la feria durante los días profesionales en que la feria no abre al público general hasta las 5 de la tarde (hora en que yo salía corriendo de ahí).

Con todo fue una experiencia muy interesante y me la pasé muy bien. Fue la ocasión para reencontrar a algunas personas que hacía tiempo no veía y para conocer en persona a otras que sólo conocía por el blog. Además el grupo de traductores con quienes fui (y con quienes estoy participando en el seminario) es fenomenal. Como hay participantes de 9 países hispanoamericanos (Argentina, Ecuador, Costa Rica, Perú, Chile, Cuba, Honduras, España y México) las comidas son riquísimas lingüísticamente hablando. Han salido a relucir unas diferencias léxicas que me están dando mucha tela de donde cortar para mis próximas entradas.

domingo, 30 de noviembre de 2008

Palabras manchadas por un pasado

El alemán es una de las lenguas más complicadas que existen (tiene tres géneros, cuatro casos según el determinante del sustantivo, declinaciones, palabras larguísimas, verbos con prefijo separable, orden de palabras complejo, etc.). Como si no fuera suficiente, ahora hay otra trampa lingüística más sutil en la que pueden caer no sólo quienes aprendemos alemán sino los mismos alemanes. Basta con que uno mencione que ha encontrado la Endlösung (“solución final”) para un problema que ha estado tratando de resolver, o que ha hecho una Selektion (selección) a partir de varias alternativas posibles, para que se convierta rápidamente en blanco de miradas desaprobatorias.

La razón es simple: esas palabras están tan contaminadas por el uso que de éstas hicieron los nazis que hoy en día son tabú. Para los alemanes la expresión Endlösung estará para siempre asociada con la “solución final a la cuestión judía” de Hitler, mientras que Selektion se volvió palabra non grata ya que se usaba para referirse a la práctica de “seleccionar” a los presos que serían ejecutados en los campos de exterminio nazis.

Existen tantas palabras tabú por su asociación con nacionalsocialismo que el año pasado se editó un diccionario que examina el papel que dichos términos juegan en el inconsciente colectivo alemán. El
Wörterbuch der “Vergangenheitsbewältigung” (Diccionario “para superar el pasado”), que recopila alrededor de mil palabras y expresiones, examina cómo se ha transformado el significado y el uso de esos términos desde que finalizó la Segunda Guerra Mundial.

Según el lingüista Georg Stötzel, coautor del diccionario junto con Thorsten Eitz, muy pocos términos asociados con el nacionalsocialismo siguieron usándose con el mismo significado después de 1945. Para muchas personas, el poder de dichas palabras y sus asociaciones las hacían literalmente impronunciables. Eso ocurría sobre todo con las víctimas sobrevivientes de los nazis que simplemente no soportaban oír ciertas palabras como Lager, el término que se usaba para referirse a un campo de concentración o de exterminio.

Otro motivo para evitar en el discurso público los términos asociados al nazismo es el hecho de que el hablante corre el riesgo de que lo acusen de abrigar simpatías por los nazis. A menudo, el solo uso de uno de esos vocablos es suficiente para que el hablante salga en las primeras planas de los diarios alemanes. En 2005, el presidente del Consejo Central Judío en Alemania, Paul Spiegel, desató una controversia cuando criticó la política alemana que permitía a los judíos inmigrar de la ex Unión Soviética señalando que se estaba “seleccionando” a los judíos rusos. El año pasado, el arzobispo de Colonia, Joachim Meisner, fue criticado severamente cuando usó la palabra entartete (degenerar) en un discurso sobre arte. Esa palabra es tabú -sobre todo en ese contexto- porque los nazis la usaban para condenar el arte moderno.

El líder del partido izquierdista, Oskar Lafontaine, también se metió en problemas cuando usó la palabra Fremdarbeiter (trabajador extranjero). Hoy ese vocablo está tan tabuizado que se prefiere usar Gastarbeiter (trabajador invitado). (En mi diccionario alemán-español -que no es la gran maravilla- no existe Fremdarbeiter pero sí su sustituto eufemístico). El mes pasado, el primer ministro de Baja Sajonia, el cristianodemócrata Christian Wulff, tuvo que pedir disculpas públicas por usar el término “atmósfera de pogrom” para describir las críticas a los altos ejecutivos a raíz de la crisis financiera global. Y el economista Hans-Werner Sinn recibió llamadas que exigían su renuncia por haber comparado la actual hostilidad hacia los banqueros con la persecución de los judíos en los años treinta.

La situación ha llegado a tal extremo en Alemania que, por lo menos una vez a la semana, alguien dice algo, consciente o inconscientemente, que desata una polémica. Según Stötzel, incluso el que un matemático use Endlösung para hablar de la solución de una ecuación matemática se considera como una falta de tacto.

Pero ni siquiera es necesario usar términos contaminados por los nazis para meterse en problemas. Basta con usar las mismas técnicas retóricas que usaba Goebbels y otros líderes nazis. En 2005, Franz Müntefering, presidente del Partido Socialdemócrata de Alemania, fue condenado por describir a los inversionistas extranjeros hostiles como langostas (Heuschrecken), a pesar de que los miembros de su partido señalaron que la crítica era ridícula. El dirigente centroizquierdista fue criticado por comparar personas con animales, un tropo bastante delicado debido a la práctica nazi de describir a los judíos como parásitos y bichos.

El comediante de televisión Harald Schmidt satirizó el problema al concebir un “nazómetro” (Nazometer), un artefacto que se enciende y emite un pitido cada vez que se pronuncia una palabra o frase cuestionable -como Dusche (ducha), Autobahn (autopista) o Gasherd (cocina de gas). Sin embargo, Schmidt recibió muchas críticas y tuvo que retirar en “nazómetro”. Después, en entrevista con la revista Der Sipegel, se quejó: “Los comediantes estadounidenses, incluso los que son judíos, pueden hacerlo. Los alemanes no podemos”.

En Alemania el sentimiento de vergüenza sobre la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto es tan profundo que la cuestión de los términos contaminados es aún más poderosa que el fenómeno de la “corrección política” en otros países. Sin embargo, las nuevas generaciones no son tan conscientes de las connotaciones negativas de muchos términos, por lo que es posible que la mancha que tienen esas palabras se logre borrar con el tiempo.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Nanosegundo

Según una definición de diccionario, un nanosegundo (ns) es la milmillonésima parte de un segundo (10 elevado a la -9). En informática, por ejemplo, se usa para medir el tiempo de acceso a la memoria RAM. Asimismo, un nanosegundo es la duración de un ciclo de reloj de un procesador de 1 GHz, y es también el tiempo que tarda la luz en recorrer aproximadamente un pie de longitud.

Dice la Wikipedia que "es un tiempo tan corto que no se usa en la vida diaria", pero quienes vivimos en las grandes ciudades (y sobre todo en el DF), manejemos o no un coche, sabemos que eso no es cierto. ¿Nunca se han dado cuenta de lo corto que es el tiempo que transcurre entre que el semáforo se ha puesto verde y el imbécil del coche de atrás toca el claxon?
Esa fracción de tiempo es de hecho un nanosegundo. Que no nos vengan con el cuento de que la noción se usa sólo en la ciencia. Habría que actualizar las definciones de los diccionarios.

domingo, 23 de noviembre de 2008

La Chilanga banda (II)

Cuando pensé en publicar este par de entradas sobre la "Chilanga banda", mi idea original era "traducir" la canción a un "español neutro". No obstante, después de reflexionarlo decidí que no lo haría. Por un lado, aunque conozco el significado de todas las palabras (los términos que no conocía los he investigado), hay unas que en contexto no me quedan del todo claras como para arriesgar una traducción. Pero la razón principal por la que no quise hacerlo es porque la canción perdería todo su chiste. Como ya dije, esta canción es un verdadro himno al argot callejero de los chilangos. Por ello, traducirla a un español neutro (lo que sea que eso signifique) me parece, si no pretencioso, sí insustancial. En todo caso, sería mucho más interesante traducir la canción a otra jerga regional o local (¿alguien se anima? ¿al lunfardo, por ejemplo?

Lo que sí hice fue un glosario de todos los chilanguismos que aparecen en la canción. A continuación les va la letra de la canción y abajo el glosario. Pero si le pican a cada palabra serán enviados a su definición en el glosario. Para regresar a donde estaban, basta con volver atrás o ir a la página anterior en su navegador (o hacer alt. + flecha izquierda). También les pongo el audio por si quieren esuchar la canción mientras leen la letra.

Chilanga Banda
(Letra de Jaime López; interpretada por Café Tacvba)



Ya chole chango chilango,
¡qué chafa chamba te chutas!
No checa andar de tacuche
¡y chale con la charola!

Tan choncho como una chinche,
más chueco que la fayuca,
con fusca y con cachiporra
te pasa andar de guarura.

Mejor yo me echo una chela
y chance enchufo una chava
chambeando de chafirete
me sobra chupe y pachanga.

Si choco saco chipote
la chota no es muy molacha
chiveando a los que machucan
se va en morder su talacha.

De noche caigo al congal
'No manches,' dice la "Changa",
'a choro de teporocho
en chifla y pasa la pacha'.

Coro:
Pachucos, cholos y chundos
chichifos y malafachas
acá los chómpiras rifan
y bailan tíbiri tábara

(coro)

Mejor yo me echo una chela
y chance enchufo una chava
chambeando de chafirete
me sobra chupe y pachanga.

Mi ñero mata la bacha
y canta La Cucaracha
su choya vive de chochos
de chemo, churro y garnachas.

(coro)

Transando de arriba a abajo
¡ahi va la chilanga banda!
Chinchin si me la recuerdan,
carcacha y se les retacha.


Glosario

Ya chole. Loc. Basta, esto fastidia.
Chango, -a. Persona, individuo.
Chilango. Originario de la Ciudad de México
Chafa. Malo, de mala calidad, de mal gusto.
Chamba. Trabajo, empleo.
Chutar. Desempeñar, llevar a cabo.
Checar. Combinar, hacer juego, ir. (Esos zapatos no checan con el color del pantalón).
Tacuche. Traje y corbata.
¡Chale!. Interj. ¡Caray!, ¡caramba!
Charola. Placa, credencial o gafete que policías, seudoperiodistas o personas con influencias muestran a quien desean impresionar o extorsionar.
Choncho. Gordo
Chueco. Irregular, ilegal. Que es tramposo o no es honrado.
Fayuca. Contrabando, mercancía importada para la que no se pagan impuestos de aduana.
Fusca. Pistola
Pasar. Gustar. (Me pasa esta canción).
Guarura. Guardaespaldas.
Chela. Cerveza.
Chance. Loc. Puede ser, quizás, ojalá.
Enchufar. Poseer sexualmente.
Chavo, -a. Muchacho, niño, joven.
Chambear. Trabajar.
Chafirete. Despectivo de chofer.
Chupe. Bebida, trago.
Pachanga. Fiesta.
Chipote. Chichón, hinchazón causada por un golpe.
Chota. Policía.
Molacha. Desdentado, desmolado. En este contexto, creo que sería honesto, el contrario del policía mordelón. Ver morder más abajo.
Chivear. Avergonzar, causar vergüenza. Prnl. Avergonzarse, sentir vergüenza.
Machucar. Atropellar con un vehículo.
Morder. Pedir o aceptar soborno.
Talacha. Trabajo (en particular el que es monótono y sistemático, como el que he hecho para programar el código HTML de esta entrada)
Congal. Burdel de baja categoría.
¡No manches!. Interj. Variante eufemística de “¡no mames!” que expresa incredulidad, asombro, enojo, entre otras.
Choro. Perorata, rollo.
Teporocho. Borracho harapiento de los barrios bajos.
En chifla. Loc. Eufemismo de “en chinga” que significa rápidamente, de prisa.
Pacha. Recipiente de metal o botella de licor que llevan consigo los borrachos.
Pachuco. Joven de origen mexicano, de la zona de Los Ángeles, California, que se viste extravagantemente. Ver comentarios de esta entrada.
Cholo. Remitirse a esta y esta otra entrada.
Chundo. Persona con rasgos indígenas, inculto, pobre.
Chichifo. Hombre que ofrece servicios sexuales por remuneración, gigoló. También puede aplicarse a quienes intentan proyectar una imagen exageradamente machista, pero que por su atavío denuncia homosexualidad.
Malafacha. Vago.
Chómpiras. Caco, ladrón de poca monta. (Personaje popularizado por Chespirito).
Rifar. Mandar, dominar.
Tíbiri Tábara. Yuxtaposición que sirve para calificar a los rumbosos bailes populares callejeros, con “sonido” y una gran variedad de música anfroantillan.
Ñero. Aféresis de compañero
Matar la bacha. Terminarse la bacha (el último pedazo que sobra del cigarro de marihuana).
Choya (cholla). Cabeza.
Chochos. Píldora, pastilla. En la jerga del hampa es sinónimo de droga.
Chemo. Pegamento o solvente inhalado para intoxicarse.
Churro. Cigarrillo de marihuana.
Garnacha. Fritanga, comida callejera.
Transar. Estafar, embaucar
Chinchin. Eufemismo de "chinguen a su madre".
Recordársela. Mentársela. Insultar a una persona mencionando injuriosamente a su madre.
Carcacha y se les retacha. Expresión usada para devolver un insulto. Carcacha es un vehículo viejo y destartalado. Retachar significa devolver

Fuentes: Diccionario breve de mexicanismos de Guido Gómez Silva, Morralla del Caló Mexicano de Jesús Flores y Escalante, Diccionario del español usual de México de Luis Fernando Lara, Diccionario de Jergas de Habla Hispana de Roxana Fitch.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

La chilanga banda (I)

La “Chilanga banda” es una canción que escribió el cantautor mexicano Jaime López en los años ochenta. La canción, que relata las aventuras nocturnas de un taxista, es un juego de palabras que explota el slang de los chilangos (los habitantes de la Ciudad de México) y el sonido “ch” que tanto nos gusta a los mexicanos. En 1995, López y el compositor José Manuel Aguilera, vocalista y guitarrista de otra banda mexicana llamada La Barranca, grabaron un disco experimental llamado “Odio Fonky” en el que venía “Chilanga banda” musicalizada como un rap del sur de los Estados Unidos. Posteriormente, en 1996, el grupo de rock alternativo mexicano, Café Tacuba, reversionó y popularizó la canción al estilo de un rap neoyorquino.

“Chilanga banda” es un verdadero himno a la jerga callejera de los chilangos. Por ello, cuando Karina me sugirió que hablara de la canción no lo dudé ni un segundo. Además de que últimamente ando bien complaciente (¡ja!), definitivamente esa rola* tiene que estar en este blog. En esta entrada, como primer acercamiento para quienes no están familiarizados con el argot chilango, les pongo un video con la versión de Café Tacuba. Vale la pena escucharla sin tener la letra a mano. El video además es muy bueno . La letra de la canción -y más- en la próxima entrada. No se la pierdan.




*Rola: (Méx.). f. Canción

domingo, 16 de noviembre de 2008

El "cholo" (II)

Como señalé en la entrada pasada, existen diferentes teorías sobre el origen de la palabra cholo, unas más verosímiles que otras. Veamos cuáles son.

Según una de las versiones más aceptadas, cholo viene de la palabra náhuatl xoloitzcuintle (pronunciada
sholoitscuintle), que es el nombre de la raza canina sin pelo originaria de México. Al parecer, los españoles habrían utilizado el diminutivo xolo como un insulto hacia los indígenas y mestizos. El Inca Garcilaso de la Vega señaló en su libro “Los comentarios reales”, publicado en 1606 y 1616, que con el tiempo el vocablo, castellanizado “cholo” y usado para despreciar a los indígenas mestizos como si fueran perros sin pureza de raza, se difundió por las rutas de navegación del Caribe.

Otra versión aparece en el Vocabulario en Lengua Castellana y Mexicana, donde Fray Alonso de Molina da como definición de xolo “moço de servicio”, es decir, criado o sirviente. Estos significados no están muy alejados del uso de "cholo" durante la Colonia y épocas más recientes.

Últimamente, en Perú hay quienes señalan que se ha creído equivocadamente que el término tiene un origen náhuatl cuando en realidad proviene de la lengua muchik o mochica. La historiadora peruana María Rostworowski señala aquí que los españoles entraron por el norte y se encontraron primero con los moches, quienes en su lengua tienen la voz cholu, que significa “muchacho”. Otros lexicógrafos peruanos sostienen el mismo origen mochica del término. Según me lo dice mi intuición --pues no soy una conocedora del tema--, esa versión, sea cierta o no, tiene como objetivo darle una connotación más positiva a cholo ya que tengo entendido que actualmente en el Perú hay quienes pretenden reivindicar el término y usarlo para definir al gran colectivo peruano. Rostworowski señala en el artículo citado: “tal vez ellos por llamar a los chicos usaron cholu y de ahí pasó a cholo, que no tiene nada de denigrante”. También puede que esta versión sea un intento, como lo señala aquí el lingüista peruano Luis Andrade Ciudad, por resolver la aparente contradicción entre la marcada connotación racial de la palabra y sus usos afectivos en el habla familiar peruana (en vocativos como mi cholito, mi cholita).

No obstante, el hecho de que la palabra cholo provenga de la voz mochica para “muchacho”, no significa, a mi juicio, que no tenga un origen racista o al menos clasista. La palabra “muchacho”, como se puede confirmar en varios diccionarios, suele emplearse para referirse a un criado o un sirviente. En México, “muchacha” se usa eufemísticamente para denominar a la criada doméstica (aunque luego esos eufemismos deriven en disfemismos como el de “chacha”). Así que, en ese sentido, el uso de "cholo" no estaría tan alejado del origen señalado por Fray Alonso de Molina. Por otro lado, el que el término cholo tenga esa ambivalencia al usarse al mismo tiempo como un insulto y como un apelativo de cariño no debería sorprendernos. Eso sucede con muchos términos despectivos que son reapropiados para emplearse con otra connotación más positiva. “Mi cholito” suena como al “mi negro” o “mi negrito” que en los países del Caribe se usa de cariño y no como insulto.

Para terminar con las hipótesis sobre el origen de cholo, algunas personas señalan que, para el cholo norteamericano, la palabra deriva del término show, debido a la parafernalia del grupo. Me parece poco factible y suena más a mito lingüístico. En otro sitio sobre el movimiento cholo, leí que el término hace referencia a Xólotl, dios azteca del relámpago y la mala suerte, hermano gemelo del dios Quetzalcóatl. Según esa versión, el término se eligió en alusión a la leyenda de que Quetzalcóatl regresaría en forma humana para rescatar a su pueblo y devolverle el territorio perdido. No suena tan descabellado porque, de hecho, el vocablo xoloitzcuintle, mencionado arriba, proviene del náhuatl xólotl e itzcuintli (perro). Al parecer el nombre de esa raza canina hace referencia a Xólotl (dios encargado de acompañar a los muertos en su viaje al Mictlán --el mundo de los muertos en la mitología azteca--) porque una de las misiones de ese perro era precisamente la de acompañar a los muertos en su viaje a la eternidad.

Los chicanos, cuando formaron el movimiento cholo en los setenta, buscaron símbolos relacionados con la iconografía mexicana y las culturas prehispánicas. Quizás eligieron el nombre del movimiento en alusión a Quetzalcóatl, pero también es muy probable, como comenta Berenoise en la primera parte de esta entrada, que hayan adoptado el término con pleno conocimiento del uso que se le da en otros países latinoamericanos.

Finalmente, no tengo idea de cuál sea el verdadero origen del término ni para los cholos norteamericanos ni para los sudamericanos, y es difícil decidirse por una de las versiones ya que los mismos lexicólogos no lo tienen claro. Pero en lo que sí parece haber un consenso es en que la palabra se relaciona con el mestizaje y que, para bien o para mal, constituye un signo de identidad.

jueves, 13 de noviembre de 2008

El "cholo" (I)

En los comentarios de mi entrada acerca de la palabra naco, R me preguntó si había investigado sobre el origen del término cholo que en el Perú se usa como insulto racista para referirse no sólo a los indígenas sino también a los mestizos en general (es decir, a la mayoría de la población). Su pregunta despertó mi curiosidad ya que los mexicanos conocemos esa palabra con un significado distinto. Así que me puse a investigar y descubrí que cholo es un término aún más complejo que naco y que casi ameritaría una tesis doctoral. La complejidad del vocablo radica, en primer lugar, en que se usa en varios países latinoamericanos con diferentes significados, y, por otra parte, en que es una de esas palabras cuyo origen ha suscitado diversas teorías.

El cholo en Norteamérica

Los cholos son individuos de ascendencia mexicana que residen en los Estados Unidos. Representan una identidad que no es ni mexicana ni estadounidense, y su filiación tiene más que ver con el barrio y la pandilla que con un sentido nacionalista, aunque retoman elementos de lo mexicano para elaborar su simbología. El movimiento cholo es, pues, una forma de cultura urbana de los chicanos en Estados Unidos.

Este movimiento nació en Los Ángeles en la década de los setenta como respuesta a la discriminación que los chicanos y mexicanos habían sufrido durante más de un siglo. Motivados por la construcción y afirmación de la identidad individual y de grupo, los cholos retomaron diferentes símbolos relacionados con íconos representativos de la cultura mexicana como la Virgen de Guadalupe, los líderes de la Revolución y símbolos de diversas culturas prehispánicas.

Si bien el apelativo cholo empezó como un símbolo de orgullo en el contexto de los movimientos de poder étnico en los Estados Unidos, actualmente tiene una connotación negativa en la frontera norte y se usa para referirse a un joven pandillero que lleva cierta ropa, como pantalones holgados, camiseta sin mangas, una camisa abrochada únicamente con el botón de hasta arriba, un rosario o cruz en el cuello, etc. Quienes usan el término despectivamente suelen asociarlo con delincuentes y drogadictos.

El cholo en Sudamérica

En el siglo xviii, en el Virreinato del Perú (que incluía gran parte de Sudamérica y Centroamérica) los españoles y los criollos usaban el término cholo para referirse a la población mestiza e indígena a la que consideraban de “inferior categoría”. Si bien el término fue creado y usado por los españoles con una connotación fuertemente racista, su uso se ha generalizado en diferentes países de Sudamérica y Centroamérica, a veces manteniendo el significado y otras variándolo un poco.

En Perú, el término se usa todavía para referirse a la población indígena y mestiza, y tiene una carga muy despectiva. Pero, según entiendo, cuando se usa en diminutivo (cholito, cholita) se convierte en un apelativo cariñoso.

En Ecuador la palabra también sirve para denominar a una persona que tiene algo de sangre indígena y, por lo general, se usa de manera peyorativa (con excepción del diminutivo como en Perú). El término también se asocia a un nivel educativo bajo, a las malas costumbres, el mal vestir y demás prejuicios raciales heredados desde la Colonia. Tan usada es la palabra cholo en Ecuador que se han generado varios derivados como cholada, cholear, acholarse, cholero, etc. Resulta interesante el verbo acholarse, que significa “tener vergüenza o avergonzarse”, pues no sólo insinúa que la timidez es característica de los indígenas, sino que lleva implícita cierta idea de inferioridad.

En Colombia cholo se usa en forma de burla o insulto para referirse a los habitantes de países con origen racial predominantemente indígena. Y en Chile denomina a personas de rasgos indígenas andinos muy marcados o a grupos de inmigrantes peruanos o bolivianos. No tengo más información sobre los demás países sudamericanos, pero si mis queridos lectores conocen otros usos, no duden en mencionarlos en los comentarios.

En la próxima entrega hablaré sobre las diferentes teorías que existen en torno al origen del término.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Estantería abierta

Quienes han leído (o en su defecto han visto la película) El nombre de la rosa, recordarán que la biblioteca de la abadía donde ocurre la historia es un laberinto construido según un plano que sólo el bibliotecario en turno conoce. Éste también es el único autorizado para entrar a la biblioteca y moverse por el laberinto de los libros que sólo él sabe donde guardar y cómo encontrar. Los monjes de la abadía tienen que trabajar en el scriptorium donde pueden consultar el catálogo de obras que contiene la biblioteca. Sólo el bibliotecario decide cómo, cuándo, y si conviene, prestárselo al monje que lo solicita, a veces teniendo que consultarlo primero con el abad. Todo ello se justifica porque “no todas las verdades son para todos los oídos, ni todas las mentiras pueden ser reconocidas como tales por cualquier alma piadosa”. Además los monjes de la abadía estaban ahí para realizar un trabajo determinado y no para satisfacer su curiosidad personal.

Uno pensaría que este concepto de biblioteca cerrada y controlada es algo muy medieval. Una biblioteca cerrada se entiende, y hasta tiene lógica, en una época oscurantista en la que la Iglesia decidía sobre la sociedad y la vida de todos. En pleno siglo xxi, las bibliotecas cerradas podrían parecer impensables y, sin embargo, las hay. Desde luego no son como la de la abadía de Eco, ni por su forma laberíntica ni por el dominio absoluto que en ella tiene el bibliotecario, pero sí prevalece en ellas la idea de control. Estoy hablando de las bibliotecas de “estantería cerrada”.

Hace unos cuantos años tuve la necesidad de consultar unos libros que sólo se encontraban en la Biblioteca de El Colegio de México. Cuando llegué, lo primero que llamó mi atención fue no encontrar el acervo a la vista del público. Para poder ver cualquier libro había que consultar el catálogo, posteriormente llenar una ficha con los datos del libro deseado y entregarla en un mostrador para que fueran a buscarlo. No recuerdo cuántos libros podía uno solicitar en la ficha, pero obviamente no eran muchos. No sé si todavía tengan el mismo sistema en esa biblioteca, pero sí sé que hay muchas más que así funcionan. Puedo entender que la “estantería cerrada” se use en algunas bibliotecas como las de los congresos, las asambleas legislativas, las cortes y otro tipo de instituciones gubernamentales. Me parece perfectamente entendible que en ese tipo de bibliotecas sea importante tener cierto control. Pero no lo puedo entender en las bibliotecas de las universidades y otro tipo de instituciones académicas donde los jóvenes se están formando.

Alguna vez escuché que muchas bibliotecas trabajan con estantería cerrada para evitar el robo y el daño del material bibliográfico. Sin embargo, ésa no me parece una justificación válida, mucho menos en esta época. Hoy en día hasta la biblioteca de la escuela más patito tiene algún sistema de alarma y protección contra robo de libros. Y quizás el daño al material es más difícil de evitar, pero incluso con estantería cerrada uno no lo impide totalmente.

Y bien, se estarán preguntando por qué me molesta tanto el sistema de estantería cerrada. El objetivo principal de una biblioteca es el de compartir el conocimiento y la cultura que la humanidad ha acumulado y que las bibliotecas preservan, organizan y difunden. Una biblioteca debe ser un espacio abierto, dinámico y de fácil acceso. ¿De qué sirve tener el mejor acervo del mundo si para consultarlo hay que pasar por todo un trámite burocrático? No creo que los bibliotecarios de hoy en día sean como los del Medioevo. No creo que su misión sea ocultar información a los lectores. Ni siquiera creo que sean tan cultos como para saber qué libros habría que ocultar. Pero por lo mismo, tener que pasar por ellos para poder tener en las manos un libro me parece, si no riesgoso, sí una pérdida de tiempo.

No obstante no es la desconfianza que me inspiran los empleados de las bibliotecas mi principal argumento en contra de la estantería cerrada. Ese sistema no me gusta porque es demasiado limitante. Me atrevo incluso a decir que la experiencia de aprendizaje y de investigación no es la misma para quien no tiene acceso al acervo que para quien puede pasearse libremente por los pasillos de una biblioteca. El primero tendrá que limitarse a buscar lo que ya sabe que existe o lo que ha encontrado en el catálogo, pero nunca podrá ir más allá. En cambio, al que tiene acceso al acervo se le abre un mundo de posibilidades: no sólo puede conocer la colección completa al tener contacto directo con ella, sino que además puede descubrir en el camino otros libros que le despierten otras ideas y otros intereses. La estantería abierta ofrece alternativas al material bibliográfico de cajón y promueve la espontaneidad en el estudio. ¿Cuántas veces no me he topado con libros maravillosos o libros que han sido clave para definir un tema de investigación sólo por andar curioseando en el estante? Después de todo, si, como dice Eco, los libros hablan de otros libros, también los libros nos llevan a otros libros.

Foto de Nathan Williams

viernes, 7 de noviembre de 2008

La palabra "naco" (II)

En la entrega pasada hablé sobre el origen de la palabra “naco” y señalé que su significado parece haber ido cambiado a lo largo de los años. Hace dos años hice un pequeño estudio sociolingüístico acerca del término con el objeto de averiguar si su significado varía de acuerdo con el grupo social al que pertenecen los hablantes. La variable que más me interesaba era la edad, así que apliqué cuestionarios a hablantes de diferentes generaciones. Para el diseño de las preguntas me basé en las definiciones de la palabra “naco” que aparecen en los diccionarios citados en la entrada pasada y en lo que han escrito algunos intelectuales, particularmente Monsiváis. Las últimas tres preguntas estaban basadas en lo que a mi juicio encierra el uso actual de la palabra. La última pregunta trataba de averiguar si la palabra era ofensiva o no para el hablante, ya que yo pensaba que había un consenso en cuanto a eso.

El cuestionario estaba armado de la siguiente manera:

I. ¿Qué relacionas con la palabra “naco”?
1. Una persona indígena o de piel morena
2. Una persona inculta o ignorante
3. Alguien que no viste a la moda
4. Alguien que al hablar dice cosas como “haiga”, “dijistes”, “fuistes ”
5. Una persona que es maleducada e irrespetuosa con los demás
6. Una persona a la que le gusta llamar la atención
II. ¿Consideras que la palabra “naco” es ofensiva?


Dada la complejidad del término, las respuestas se ponderaron en una escala de mucho, poco o nada. Esto lo hice así, por un lado, para obligar al informante a reflexionar en su respuesta y evitar que contestara que sí o que no a todo por comodidad. Por otro lado, de este modo se permitía que los encuestados que tuvieran vergüenza de sus respuestas pudieran escudarse detrás de un “poco”. Al final del cuestionario, había una sección para que el informante hiciera comentarios a fin de obtener datos que se hubieran omitido en las preguntas.

Después de aplicar los cuestionarios obtuve datos para tres rangos de edad (18-25 años, 26-34 años, 45-54 años) y me fue posible observar que la palabra tiene más o menos igual significado para personas que pertenecen a una misma generación. Una de las cosas que más me llamaron la atención fue el hecho de que para los tres grupos, aunque en menor medida para el último, lo que más se relacionó con la palabra fue “una persona maleducada e irrespetuosa con los demás”. Resulta muy revelador, ya que ningún diccionario regional consigna esa definición.



Otro dato interesante fue que aun cuando nadie relacionó “mucho” la palabra con un indígena o con una persona de piel morena, la mayoría de los informantes de 45-54 años contestaron “poco”. La respuesta se vio también en el grupo de 26-34 años, aunque con menor frecuencia y en el grupo de los más jóvenes todos dijeron “nada”. Esta pregunta en particular me parece relevante puesto que como ya mencioné la palabra “naco” se usaba originalmente para referirse peyorativamente a los indígenas. Los resultados sugieren que los hablantes que eran niños en los cincuenta y sesenta siguen relacionando el término con la cuestión racial. La elección de “poco” puede interpretarse de varias formas. Por un lado, puede ser que los informantes hayan tenido vergüenza de contestar honestamente y se hayan escudado detrás del “poco” (aunque claramente se preguntaba “qué relacionas” y no “para ti qué significa”, los hablantes muchas veces tratan de salvaguardar su imagen aun a sabiendas de que el cuestionario es anónimo). Por otro lado, puede ser que los mismos hablantes no lo tengan muy claro. Un comerciante de 54 años dijo en los comentarios que cuando era pequeño un naco era un “chavo de Tepito y esos rumbos”, pero que ahora para los jóvenes es otra cosa. Aunque quizá la elección de “poco” también tenga que ver con la manera como estaba planteada la pregunta. Una informante de 32 años dijo que no relacionaba naco con un indígena, pero sí con una persona morena.


En cuanto a la pregunta de si se considera que la palabra “naco” es ofensiva, los resultados también revelaron datos interesantes. Mi hipótesis era que aunque el significado podía variar según el grupo social, la función de la palabra sería la misma para todos los hablantes, es decir, disfemística. Sin embargo, para mí sorpresa, en esto también hubo variación de acuerdo con las generaciones de los encuestados. Me llamó la atención que mientras que ninguno de los hablantes de 26-34 ni 45-54 años consideró que la palabra fuera “nada” ofensiva, ninguno de la primera generación dijo que fuera “mucho”. La interpretación podría ser que la palabra está perdiendo esa connotación tan negativa que tenía en el origen y que quizás hasta se está volviendo más jocosa (¡un informante de la primera generación comentó que “el cuestionario estaba bien naco”!). Pero tampoco hay que aventurarse en sacar conclusiones tan rápido. La razón podría deberse a otra cosa, a saber, el hecho de que la pregunta estaba planteada fuera de contexto. Como ya lo he dicho en este blog un sinfín de veces, el que una palabra sea percibida o no como ofensiva no depende de la palabra en sí, sino del contexto y de las intenciones de los hablantes. De hecho, varios de mis informantes comentaron que contestaban “poco” porque dependía de la situación o de quién lo dijera y a quién. Sin embargo, no deja de ser interesante que los hablantes que consideraron ofensiva la palabra en sí, es decir, fuera de contexto, pertenecieran a las generaciones más viejas.


Este pequeño estudio no fue más que un primer acercamiento al fenómeno y un intento por averiguar cómo es percibido por diferentes grupos sociales. Me permitió confirmar que tanto el significado como la connotación de la palabra “naco” han cambiado y varían según la generación. Sin embargo, debo decir que tampoco me ayudó a aclarar cómo podría definirse el término, ya que tiene múltiples significados. Creo, en todo caso, que los diccionarios deberían incluir otras acepciones como la de “persona irrespetuosa con los demás” ya que la mayoría de los hablantes coinciden en ese significado.

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miércoles, 5 de noviembre de 2008

La palabra "naco" (I)

Naco es un término coloquial mexicano de difícil definición. Según el artículo que la Wikipedia le dedica, la palabra se suele usar, entre otras cosas, para referirse a algo o alguien que difiere cultural o socialmente de un determinado grupo. Leyendo los múltiples significados que el artículo citado también menciona, vemos que "naco" es un ejemplo de palabra polisémica y compleja que no parece bien definida ni delimitada. En México, basta con que uno pregunte a sus amigos y conocidos qué entienden por la palabra para darse cuenta de la diversidad de opiniones. La definición de esta palabra me ha intrigado tanto que hace dos años, cuando cursaba la maestría, hice un pequeño estudio lexicológico y sociolingüístico cuyos resultados quiero compartir con ustedes en este blog.

Aunque la palabra naco está consignada en algunos diccionarios regionales de México, las definiciones parecen algo generales, escuetas, e incluso insuficientes. El Diccionario Usual en México define naco como un adjetivo coloquial y ofensivo que tiene dos acepciones: (1) que es indio o indígena de México; (2) que es ignorante y torpe, que carece de educación. En la misma línea, el Diccionario Breve de Mexicanismos registra: (Posiblemente de totonaco.) 1. Indio, indígena. || 2. De bajo nivel cultural, ignorante.

Resulta interesante la definición de Francisco Santamaría en su Diccionario de mejicanismos de 1959: 1. (Del otomí, naco, cuñado) m. En Tlaxcala, indio de calzones blancos. 2. En Guerrero llaman así a los indígenas nativos del Estado y, por extensión, al torpe, ignorante e iletrado. “Nacos llaman a los nativos y también a veces, en forma despectiva, a los impreparados, diciendo por ejemplo: ‘tú eres naco’, dando a entender impreparado, tonto”.

Por último, aunque no es un diccionario, el fascinante glosario de voces y frases populares mexicanas de Jesús Flores y Escalante (2004) señala que naco es un “término despectivo usado por el mexicano. Ser naco es no estar ‘in’, en la onda. (...) // En otro sentido ser naco es ser indio. // Persona que viste de mal gusto”.

Uno de los principales problemas que esta palabra presenta hoy en día es que su definición se ha ampliado con respecto a lo que significaba en un principio. Según Carlos Monsiváis, el término–aféresis de totonaco- empieza a circular a mediados de los años cincuenta, como referencia a lo que el mestizaje no disipa: “los rasgos de origen indígena, el signo de la Raza de Bronce”. Guillermo Bonfil Batalla también apunta al factor racista del término: “Lo naco designa también a lo indio, cualquier rasgo que recuerde la estirpe original de la sociedad y la cultura mexicana, cualquier dato que ponga en evidencia el mundo indio presente en las ciudades, queda conjurado con el calificativo de naco”.

La palabra naco encarna el sistema de exclusión que nos heredó la colonia y sus estructuras excluyentes. Como señala Víctor Mendoza, “lo naco representa la exclusión y la introyección de la exclusión, al hacer propio el proceso de colonización y aplicarlo a los colonizados”. En este sentido, “el naco” estaría más cerca, racialmente, del indígena que del colonizador y el emigrante europeo.

Pero naco no se reduce solamente a una cuestión racial, el término, claramente ofensivo y despectivo, tenía que ver con la clase social. Bonfil Batalla subraya:
Si antes se les llamaba plebe, hoy se emplea otro término que ya alcanzó arraigo: son los nacos. La palabra de innegable contenido peyorativo, discriminador y racista, se aplica preferentemente al habitante urbano desindianizado, al que se le atribuyen gustos y actitudes que serían una grotesca imitación del comportamiento cosmopolita al que aspiran las élites, deformando hasta la caricatura por la incapacidad y la “falta de cultura” de la naquiza.
En 1970 Monsiváis escribió que naco “dentro de este lenguaje de discriminación a la mexicana, equivale al proletario, lumpenproletariado, pobre, sudoroso, el pelo grasiento y el copete alto, el perfil de cabeza de Palenque, vestido a la moda de hace seis meses, vestido fuera de moda. Naco es los anteojos oscuros a la media noche, el acento golpeado, la herencia del peladito y el lépero, el diente de oro. Naco es el insulto que una clase dirige a otra”.

Si bien el origen de la palabra tiene como raíz el estereotipo racial y como fondo la discriminación, para los hablantes de mi generación el término parece haber adquirido otro sentido. Eso se debe a que en los años ochenta, el comediante mexicano Luis de Alba popularizó la palabra y le cambió el significado cuando inventó su famoso personaje llamado el Pirrurris. El personaje era un joven muy rico con un corte de cabello similar al que usaban los Beatles en los primeros años, que disfrutaba criticando a la clase media caracterizada por tener aires de grandeza, mal gusto y una manera de hablar particular. A este tipo de gente la llamaba despectivamente los nacos. El Pirrurris inclusive formalizó su crítica en un estudio del naco al que llamaba nacología y en el que el personaje aparecía sentado detrás de un escritorio explicándole a su audiencia “el naco del día” como si fuera un científico. Esto parece haber ampliado el alcance del término, el cual ya no se refería únicamente a los indígenas y a los más desfavorecidos, sino más bien a todo aquél que no fuera rico, o como él lo decía jocosamente “hijo de papi”. Si no fuera porque Luis de Alba lo hacía chistoso, el Pirrurris sería muy ofensivo. En su programa de televisión la palabra naco era un insulto y se la pasaba diciéndoles a todos “¡qué nacos son!”

Dos décadas después el término sigue usándose, pero al parecer con otro significado y otra connotación. En la próxima entrada veremos cómo es percibido por los hablantes.

domingo, 2 de noviembre de 2008

La muerte y sus nombres

Hoy se celebra en México el Día de Muertos. Aunque en las grandes ciudades la tradición se está perdiendo a causa de la influencia de otras fiestas de procedencia extranjera, el Día de Muertos sigue siendo una de las festividades más famosas y pintorescas del país. En muchos pueblos, sobre todo los que tienen una población indígena importante, todavía se llevan a cabo ritos de influencia prehispánica y no hay casa donde no se ponga un altar para esperar el regreso de sus muertos.

Mucho se ha hablado de la relación que tiene el mexicano con la muerte. El mexicano se jacta de no temerle a la muerte, por ello se burla y juega con ella. Muestra de ello son todas las expresiones artísticas relacionadas con la muerte, entre las que destacan los grabados de José Guadalupe Posada, los bailes, las sátiras, las calaveras, etc. Pero si de verdad el mexicano no le temiera a la muerte, no existirían tantos eufemismos para nombrarla. La muerte es quizás el tabú por antonomasia. En todas las lenguas existen expresiones para nombrar (o más bien no nombrar directamente) a la muerte y al hecho de morir. Pero en el español de México existe tal cantidad de expresiones y giros idiomáticos que no sólo demuestran que la muerte es un tema que sí nos preocupa-y mucho-, sino que además hacen gala de una gran creatividad y sentido del humor.

Entre los nombres que recibe la muerte en México están:


La cabezona
La calaca
La calva
La catrina
La chingada
La dama de la guadaña
La dientuda
La flaca
La huesos
La huesuda
La parca
La patas de catre
La pelada
La pelona
La tilica
La tiznada

Cuando alguien muere decimos que se lo llevó cualquier de las anteriores. También se puede decir que se lo llevó el tren, que le echó garra la cabezona, se lo merendó la dientona o se lo cargó la calaca.

Otras expresiones que equivalen al verbo morir son:


Aventar el último pujido
Caducar
Cantar el ay, ay, ay
Colgar los tenis
Dar el último grito
Estrenar traje de cedro negro
Ponerse su piyama de madera
Irse a cuidar los alcanfores
Irse a la casa de los arbolitos grandes
Irse al valle de las calacas
Irse para el otro barrio
Pasar a mejor vida
Pelar gallo
Entregar el equipo o las herramientas*
Estirar las patas**
Petatearse (debido a que hasta poco después de la Revolución, mucha gente pobre era inhumada envuelta en petates)
Felpar (probablemente dicha voz se haya originado desde que los féretros fueron forrados por una tela llamada felpa)

*Nota 1: También se puede entregar los guantes, el uniforme, el pasaporte, o la tarjeta de circulación.
**Nota 2: También uno puede estirar las pezuñas, los pinceles, los pedales, las panteras, los pedestales y hasta los remos.


miércoles, 29 de octubre de 2008

Lección de chino

De la película Il Mostro. (Loris intenta aprender chino)



lunes, 27 de octubre de 2008

Ortorexia

El otro día Marichuy publicó una estupenda entrada motivada por la lectura de Memorias de cocina y bodega de Alfonso Reyes, un recorrido por la cultura culinaria de España, Francia y México. Su lectura se antoja deliciosa pero, como ella señala al final de su entrada, hoy que las paradojas de la modernidad nos han traído anorexias, bulimias, obesidad y desnutrición, un libro como éste puede resultar por demás démodé. Más de acuerdo no podría estar con ella. Le comenté que la cultura del comer se ha convertido en una industria, y no sólo por la comida rápida y demás porquerías procesadas que comemos, sino también por ese afán que tenemos de controlar nuestros alimentos. Hoy, hacer la compra en el supermercado es todo un proceso de toma de decisiones: que si el producto es bajo en grasas, que si no tiene colesterol ni ácidos grasos trans, que si es bajo en sodio, que si ha sido adicionado con ácido fólico; que si el café es descafeinado o no, que si la leche es deslactosada, descremada, semidescremada o entera. En fin, en esta era del individualismo cada quien tiene un alimento manufacturado a la medida de sus necesidades. Y hay algunas personas que viven realmente obsesionadas con lo que ingieren.

Hoy, en una de mis navegaciones, descubro que esa obsesión ya tiene nombre: ortorexia. Del griego ορθός (ortos, correcto) y όρεξη (orexe, apetito), el término fue acuñado en 1997 por Steven Bratman, un médico estadounidense que publicó un libro titulado Health food junkies. Aunque el neologismo todavía no tiene entrada en los diccionarios médicos y la Organización Mundial de la Salud aún no considera la ortorexia como un padecimiento, cada vez hay más especialistas en trastornos alimenticios que hablan sobre el tema.

La ortorexia o “apetito correcto” es una patología obsesiva por la “comida sana”. La vía para conseguirlo implica una dieta estricta de alimentos biológicos o macrobióticos, evitando carnes, grasas animales, alimentos cultivados con pesticidas o herbicidas, azúcares, conservadores, etc. Para los ortoréxicos todo tiene que estar perfectamente controlado y supervisado: planifican menús con semanas de anticipación, no comen fuera de casa, ni con amigos y son capaces de quedarse sin comer si no están seguros de lo que van a ingerir. Los más extremistas hacen huertos en su casa para cultivar su propia comida.

Creo que está bien comer sano y, si mi bolsillo lo permite, trato de comprar productos orgánicos. No sólo son menos perjudiciales para la salud, sino que además tengo la garantía de que al cultivarse no se contribuyó al deterioro del medio ambiente. Sin embargo, como dicen por ahí, “ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre”. Tanto afán por comer sano termina convirtiéndose en una patología y, por ende, ya no puede ser sano.